Autocontrol emocional en el trabajo: ¿problema o solución?
Laura
Mulatero
Las emociones se intensifican en el lugar de trabajo y lograr el autocontrol emocional se hace cuesta arriba. Lo mismo lloras de felicidad tras conseguir ese ascenso que tanto te mereces, que te derrumbas al escuchar una crítica de tu jefa.
Las emociones no solo están en tu mente, también en tu cuerpo. Como cuando sudas al recibir ese correo electrónico o te ruborizas cuando tu compañera te elogia por algún logro. Es lo más natural del mundo y, sin embargo, la mayoría piensa que en el trabajo hay que controlar esas emociones. Porque “ya soy adulto” y “hay que ser profesional”.
Pero, ¿tiene que ser así? ¿Acaso dejamos de ser humanos en la oficina?
¿Profesionalidad? Claro, pero sin pasarse.
Si expresas tus emociones de forma descontrolada y poco asertiva, en efecto, te arriesgas a avergonzar a tus compañeros y a sentirte mal cuando pase el huracán. El descontrol a la hora de expresar ira, descontento o euforia puede sobrepasar los límites de los demás y crear un mal ambiente de trabajo.
Por ejemplo, las personas impulsivas que no contienen sus arrebatos de agresividad tienden a ser menos queridas en el equipo y paralizan el trabajo de los demás, ya que los compañeros les temen y evitan la interacción con ellas. Además, es imposible concentrarse ante esos estallidos emocionales, por lo que al final cae la productividad del equipo. No solo pasa con las expresiones de enfado; las carcajadas ruidosas del compañero producen el mismo efecto.
Por otro lado, muchas personas se ponen el traje de la indiferencia en el trabajo. Reprimen y empujan hacia adentro sus emociones. De hecho, esa idea de que “el cliente es el que manda” ya revela que los trabajadores pasan a un segundo plano y que, por lo tanto, lo que puedan sentir está de más.
Esto es evidente en los equipos de atención al cliente, donde la persona que atiende está obligada a contener sus sentimientos, y el cliente parece ser el único que puede expresarlos (a menudo, enfado y frustración). Esto explica la enorme rotación de empleados en estos equipos.
Cuando ponemos cara de póker ante la constante vulneración de nuestros límites en el trabajo (las broncas del jefe, la entrometida de turno, las burlas de tu compañero…), estamos guardando las emociones en un cajón. Aparentamos indiferencia, pero por dentro sentimos emociones desagradables que necesitamos sacar de algún modo. Y como no podemos hacerlo en el trabajo, acabamos desfogándonos en casa o ahogando las penas en el bar de la esquina, lo que muchas veces se traduce en violencia doméstica y adicciones.
Por eso, más que controlar las emociones, hay que gestionarlas.
La clave es la gestión emocional
No se pueden gestionar las emociones cuando las reprimes o no las entiendes del todo. Si no te das espacio para sentirlas e identificarlas, acabas desconectándote de ellas, sin saber lo que te pasa. Esto, además, tiene un efecto devastador en la comunicación con los demás. Si no expresas tus emociones en el trabajo, te acabas cerrando a los demás, cuando precisamente lo que necesitamos son relaciones auténticas basadas en la sinceridad.
En cambio, si te limitas a poner cara de póker, estás dejando que los abusos se repitan cada vez más. Si no eres capaz de decirle a alguien que está cruzando tus límites, esa persona seguirá pensando que todo va bien. Y, mientras tanto, tú acabas sintiéndote cada vez peor.
Cualquier psicólogo de empresa actualizado te aconsejaría aprender a gestionar tus emociones, sin reprimirlas. Las emociones son una fuente de información muy valiosa: te indican si te están haciendo daño, si todo va bien… pero también te dicen qué necesitas. Las emociones indican si hay una necesidad satisfecha o insatisfecha. Si la emoción es positiva, quiere decir que has cubierto una necesidad. Pero si es negativa, tienes que preguntarte qué sientes exactamente y qué necesidad hay detrás de ese sentimiento.
Al observar las emociones desde el prisma de las necesidades, llegas a la conclusión de que, en realidad, no hay emociones malas. Simplemente, están ahí para decirte algo e invitarte a reflexionar de algún modo.
A veces está claro. Por ejemplo, si te enfadas cuando alguien ha sido injusto contigo, normalmente sabes que te están haciendo daño, que necesitas que escuchen tu versión de los hechos o que tal vez tienes que cambiar ciertas cosas. Pero hasta las emociones menos claras, como los celos que sientes hacia alguien, pueden indicar que no te valoran lo suficiente o que debes trabajar tu autoestima. Sabiendo esto, te puedes fijar metas y utilizar esta emoción como un potente motor de cambio.
Vale. Entonces, ¿cuándo hay que controlar las emociones?
Aunque el autocontrol emocional también tiene su lugar
Sobre todo, cuando sientes que las emociones te desbordan y dificultan la comunicación, o cuando te consumen y no resulta apropiado para la situación. En estos casos, lo mejor es pedir ayuda y aprender a gestionarlas, por ejemplo, asistiendo a terapia o tomando algún curso. También es muy importante averiguar qué cosas te ayudan a calmarte: hacer deporte, hablar con alguien, abrazar a un ser querido…
Si, a diario, nos vemos muy desbordados y reaccionando intensamente a los acontecimientos, es importante recordar que el nivel de relajación que necesitas debe adecuarse al nivel de tensión que sufres. Cuanto mayor sea la tensión, más profunda debe ser la relajación. Así que, si pasas muchos nervios en el trabajo, puede que necesites algo más que un paseo por el parque para desconectar. A lo mejor, también te vendría bien hacer yoga, apuntarte a un gimnasio o realizar otra actividad que te renueve.
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